Primero fue Rosa Peral, luego Daniel Sancho: larga vida al true crime (2024)

Primero fue Rosa Peral, luego Daniel Sancho: larga vida al true crime (1)

“Ahora ha salido que Àlber fue el que mató a Pedro”, comenta en el parque una de las muchas abuelas que se hace cargo de sus nietos mientras sus padres trabajan. “Solo me interesa lo que me puedas contar de Rosa Peral”, recuerda un periodista, en una tarde de trabajo. “¿Pero está embarazada? Nos tiene sin vivir la cosa”, llega a través de un mensaje la pregunta recurrente de si la condenada por el crimen de la Guardia Urbana está en estado de buena esperanza…

Es igual los años que se lleven dedicados al periodismo, las noticias publicadas, los artículos sudados letra a letra. La persona que se sienta delante, el profesor de infantil, la exnovia de tu amigo, incluso tu amigo o tu compañera de trabajo solo tienen un interés: Rosa Peral. O un segundo interés: Daniel Sancho. O un tercer interés que los engloba a todos juntos: el true crime.

Los sucesos no se han bajado de la cresta de la ola desde que en 2014 se entrenase el podcast Serial, sobre el asesinato de una joven estudiante en Estados Unidos. Ya no interesa nada más. Los programas de televisión necesitan una mesa de especialistas en crónica negra, los podcast de crímenes resueltos o sin resolver copan Spotify, y las listas de las series más vistas de cualquier plataforma desde que se estrenase The Jinx o Making a murderer, en 2015, son de sucesos.

El género que el manual Curso general de redacción periodística, escrito por José Luis Martínez Albertos, definía como un periodismo humano con una “tendencia evidente al tratamiento sensacionalista”, que trata hechos “sangrantes” o “simplemente morbosos”, dirigido a un público “sin demasiadas exigencias intelectuales”, escrito con un estilo “de mucha confianza y un tono paternalista, como un amigo que alecciona y advierte”, vive una época dorada de la que no se divisa un final.

“Os tocará a vosotros hacer de jurado”, anuncia el periodista Carles Porta, en su nueva serie, de un crimen del que hace 30 años que informa, y del que ha escrito dos libros, ha hecho un podcast y ahora estrena en TV3 una serie de ocho capítulos: el asesinato de Josep Montané, alias Sansa, en un pequeño pueblo de montaña, Tor. En la presentación, el pasado miércoles, acompañado del director de la cadena pública, Sigfrid Gras, quedó claro que es la gran apuesta de la emisora de televisión. Y que además es una de las productoras, que también gana con su comercialización.

Porta trabaja con voluntad cinematográfica una historia rural de enemistades en un pueblo perdido de la mano de dios, donde la herencia de una montaña maldita ha envenenado las relaciones hasta acabar con muertos. Un crimen sin resolver, explicado con rigor, dedicación y tiempo para una sociedad cansada que se entretiene con las pantallas y la muerte ajena. Un placer culpable, un placer incómodo, antes de irse a dormir.

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Pero no solo es. Los sucesos son un negocio lucrativo, que llenan horas de informativos, páginas de diarios, y centenares de productos audiovisuales sin que las audiencias amaguen con cansarse. Bucles infinitos de polémicas en las que la verdad es un elemento colateral. ¿Ha confesado Albert López haber asesinado a Pedro Rodríguez? ¿O lo que ha confesado es solo el encubrimiento? ¿O ninguna de las dos cosas? ¿O en realidad solo ha asumido la sentencia por la que cumple pena en prisión para seguir adelante y salir cuanto antes mejor de la cárcel? Las respuestas líquidas, que dependen de unas fuentes más líquidas aún, no son tan importantes. El interés radica en el debate, en amasar la información, de un lado a otro. Entretener al lector, al oyente, al espectador para que siga ahí, clavado, siempre con ganas de más.

“Somos una sociedad de expertos en crímenes”, declaró a The New Yorker el profesor Jean Murley, experto en true crime, después del asesinato de Gabrielle Petito. La desaparición de la joven en 2021 provocó un seguimiento intenso en las redes sociales. Estaba de viaje con su novio, lo contaba todo minuto a minuto en Instagram y Youtube, hasta que se esfumó. Su pareja se suicidó unas semanas después, y el FBI concluyó que fue el autor del crimen. Pero antes de todo eso, los post de la joven, sus cuentas de Instagram… cada detalle fue analizado por parte de una sociedad anónima convertida en detectives privados que quería dar con ella desde el sofá de casa.

Una técnica bautizada como crowdsourcing: que miles de ojos escudriñen de nuevo todas las pruebas para detectar detalles que en su día pasaron por alto a los investigadores, pistas que no se siguieron. Es la solución a la que recurrió Liz Flatt en 2021 para intentar resolver el asesinato de su hermana, Deborah Sueh Williamson, cometido en 1975. Se lo aconsejaron dos investigadores y podcasters, que crearon un grupo de Facebook para resolver el crimen, donde se colgaban noticias, detalles del caso… Al final, disconforme con la deriva de la investigación popular, Flatt expresó sus dudas y acabó expulsada del grupo, acusada de torpedear la investigación del crimen de su propia hermana. La mujer contó su odisea a The New York Times.

“¡Te vi en Crims!”, “Ya he podido presumir de amiga”, “¿Es posible que hayas salido en lo de Carles Porta?”, “O tienes una hermana muy parecida, o el otro día te vi en la tele”… Cinco minutos en un capítulo de true crime pesan más que toda una vida -o media- de entrega al periodismo escrito. Los programas que dirige el periodista Carles Porta, que empezó como podcast en Catalunya Ràdio, y su productora True Crime Factory, son uno de los referentes del género. Con dos hitos periodísticos a sus espaldas: la reapertura judicial del asesinato de Helena Jubany, y la identificación del cadáver de una joven que apareció en Portbou hace tres décadas. Desde entonces, el hambre por los sucesos no ha hecho más que crecer ante una sociedad que en este lado del Altántico, al menos por ahora, solo ejerce de jurado popular.

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Author: Cheryll Lueilwitz

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